jueves, 18 de marzo de 2010

Simulacro

Siempre salté los prólogos. Aún cuando era esencial leerlos. Quizás porque los pocos que leí pecaban de auto-referentes, de auto-complacientes, de apologéticos, de críticos. Escritos por el mismo autor o por un supuesto conocedor de la obra, los prólogos, en general, tienden a develarle, en forma resumida, la obra al lector, explicándole lo que debe entender. En cierto modo, se usa el prólogo para no dejar duda alguna de que la obra tiene un fin útil, y nada más que describir este fin para guiar al lector en el camino a recorrer. Fiel a mi concepción “barthiana” del texto, yo prefería matar al autor de un solo golpe saltando el prólogo.

Sin embargo, como en toda regla hay una excepción, y Michel Foucault fue una de ellas. Al decidir alzar las velas y navegar su “Historia de la Locura en la Época Clásica”, una palabra en su prólogo llamo mi atención: “simulacro”. El prólogo como simulacro del texto que se desdobla e impone “su ley a todos los que, en el futuro, podrían formarse a partir de él”[1]. La consciencia del riesgo del simulacro le declara al lector su deber como tal: escapar esta imposición, la del prólogo, introduciéndose en el texto “sin ser advertido en sus intersticios […]. No habría habido por tanto inicio; y en lugar de ser aquel de quien precede el discurso, yo sería más bien una pequeña laguna en el azar de su desarrollo, el punto de su posible desaparición.”[2]

En cambio, disfruto los epílogos. Al final de la obra ya tengo argumentos y herramientas para acordar o diferir con la obra, ya no con el autor que, sabiendo que moriría en el texto, da su ultimo manotazo en el prólogo. Más excitante aún, al final de la obra, el lector despliega y comprueba que, más allá de acordar o diferir, vio que en lo aparentemente invisible del pliegue, estaba el intersticio. Ese azaroso momento en que el lector (y por qué no el espectador, el oyente) se introduce en el intersticio de la obra per se, de la crítica, del pensamiento, es el momento en que deviene obra.

Parafraseando el final del prólogo citado de Foucault, ustedes me podrían decir:

- al final escribiste un prólogo!

- por lo menos es más breve que el escrito por Foucault.


[1] Foucault, Michel, Historia de la Locura en la Epoca Clásica, Tomo I, Trad. Juan José Utrilla, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1967, p.3.

[2] Foucault, Michel, El Orden del Discurso, Trad. Alberto González Troyano, 2da. ed., Buenos Aires, Tusquets Editores S.A., 2002, p. 11.

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