martes, 23 de marzo de 2010

Mayoría de Edad

Si hay algo que tenían en claro futuristas y expresionistas era lo que querían: los futuristas querían que Italia viajara en tren, ya no más en carroza romana o llevando la cruz a cuestas. Los expresionistas soñaban con que todos los alemanes viajaran en la misma clase, ya no los obreros echando carbón a las calderas del tren. Los futuristas querían cambiar la concepción que el mundo tenía de Italia modernizándola a través de su arte. Los expresionistas soñaban con cambiar la forma en que los hombres se veían cuando trabajaban para sí mismos y no para la humanidad.

Estos dos grupos confiaban que, habiendo definido el “qué”, el “cómo” vendría solo. Para los expresionistas fue a través de la unión de artistas en asociaciones comunistas donde el arte era una herramienta para construir la sociedad colectivista. Para los futuristas, fue con el corte definitivo con las tradiciones y los antepasados para construir un nuevo arte que funcionara como base del nuevo espíritu de la época. Si bien parecería que estaban de acuerdo en el uso del arte, fuera como herramienta o base, estos grupos estaban mirándose de lados opuestos de la ventana. Los artistas alemanes ya sabían que la modernidad no había terminado como ellos hubieran querido: otorgando igualdad y liberando al hombre. La modernidad los había dejado en una relación de sumisión a una burguesía que los veía como un bien especulativo. Los italianos, en cambio, veían en la modernidad el camino, o más bien, el tren, el automóvil sobre el cual podrían definir su nueva identidad.

Ni una cosa ni la otra. La modernidad fue ambas caras de la moneda. Parecería que el futurismo era la tempestad que arrastraba hacia el futuro al Angelus Novus de Klee descripto por Walter Benjamin. Mientras que los expresionistas, sentados a la orilla de la modernidad viéndolo llegar, se tomaban sus cabezas con desesperación, sabiendo que la profecía se había cumplido.

Los manifiestos de ambos grupos bien representan soluciones artísticas a estos dos planteos e inauguran una nueva concepción del artista como crítico y, sobre todo, como hombre de acción. Los alemanes dirán que “un buen comunista es en primera línea comunista y después trabajador especializado, artista, etc.”[1] Sin el afán de tomar posiciones políticas, esta frase me inspira para ir más allá y reconocer que el artista debe ser, antes que artista, un humanista y su arte el arma para romper las cadenas que impiden al hombre verse a sí mismo, lograr su independencia de las morales falsas que sólo lo reducen a una existencia ficticia, placentera, pero ficticia. Por el otro lado, el rechazo de las tradiciones como valores normativos al que instigan los futuristas se convierte hoy en un precepto indispensable del hombre. Ver hacia el pasado, aprender de los errores, retomar cuestiones que nunca fueron investigadas son viajes válidos, pero sin caer en el historicismo hegeliano en el cual el pasado es indispensable para entender las actividades humanas. Debemos mirar hacia el futuro como los futuristas - no en vano se han atribuido tal nombre, tener proyectos. Pero debemos ser críticos como los expresionistas, no confiar en que las cosas deben seguir su curso por conformismo histórico.

Como conclusión, apelo a Giorgio de Chirico, quien no lo podría haber dicho mejor: “Todas las cosas tienen dos aspectos: el aspecto corriente, que vemos casi siempre y que ven los hombres ordinarios, y el aspecto fantasmal y metafísico, que sólo unos pocos individuos pueden ver en momentos de clarividencia y de abstracción metafísica.”[2] Es cuando llegamos a este punto de reflexión sobre el arte, en el que lo despojamos de toda utilidad moral, religiosa, estatal, social, que el arte finalmente cumple la mayoría de edad.


[1] Grupo Rojo, Manifiesto (1924)

[2] Giorgio de Chirico, Arte Metafísico (1913 - 1920)

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